UN DÍA COMO HOY 28 DE MAYO
1890: en Estados Unidos de América, Elijah J. Bond patenta la Tabla Ouija.
(La güija (según la grafía recomendada por la RAE)1 ) o ouija (pronunciado /uíya/ o /uísha/) es un tablero dotado de letras y números con el que supuestamente se puede entablar contacto con los difuntos. Es muy similar al juego de la copa, en el que se coloca una copa boca abajo rodeada por las letras del alfabeto y los participantes colocan el dedo índice en la base de la misma.)
La güija tiene un origen impreciso, situado en la moda espiritista que inundaba Occidente hacia finales del siglo XIX, y que dio lugar a una patente registrada el 28 de mayo de 1890 declarando a Elijah J. Bond como su inventor, William H. A. Maupin y Charles W. Kennard como titulares. No está claro si Bond o los titulares inventaron realmente algo o simplemente patentaron una de las muchas planchettes (‘planchitas’) o «tablas parlantes» para comunicarse con los espíritus que circulaban por Europa y Estados Unidos. En todo caso, Kennard creó la empresa para la fabricación del tablero y comenzó a vender los primeros ejemplares en 1890.
Kennard inventó asimismo el nombre ouija, afirmando que era una palabra egipcia que significaba mala suerte —lo cual no era cierto―. Posteriormente la patente fue vendida a William Fuld, antiguo empleado de Kennard, cuya compañía comercializó el juguete hasta que Parker Brothers adquirió los derechos en 1966. Fue Fuld quien afirmó que la palabra ouija era una mezcla de los vocablos oui y ja, que significan ‘sí’ en francés y alemán respectivamente. Lo que se ha demostrado completamente falso ha sido que su origen se remonte a la época egipcia.
Actualmente, otras empresas comercializan este juguete con diferentes nombres. Según sus partidarios, la güija tiene como objetivo el contacto de las personas que participan en el juego con supuestos espíritus o "almas en pena" y, aunque de forma menos frecuente, con extraterrestres o demonios. En un experimento realizado por Larry Bayou, en el cual los participantes no veían las letras que señalaban, no se formó ni una sola palabra coherente en el tiempo que duró la prueba. Esto demostraría que son los participantes quienes realmente crean las palabras (ya sea de manera voluntaria o inconsciente), y que por lo tanto necesitan ver el tablero.
Esto da pie a la teoría de la acción ideomotriz, es decir, el movimiento del vaso o pieza que sirva de marcador sería movida por pequeñas presiones de los dedos. Desde el punto de vista religioso la crítica apunta no a la falta de efectividad de la güija sino precisamente a su efecto. Según algunas corrientes religiosas, jugar a la güija equivale a dar paso a entidades sobrenaturales malignas del más allá, que pueden causar daño a los jugadores. La postura católica oficial es que más allá de los efectos peligrosos de esta y otras prácticas (espiritismo, adivinación, hechicería), las mismas son contrarias al respeto que se debe tener a Dios porque «encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de poderes ocultos» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2116).
1890: en Estados Unidos de América, Elijah J. Bond patenta la Tabla Ouija.
(La güija (según la grafía recomendada por la RAE)1 ) o ouija (pronunciado /uíya/ o /uísha/) es un tablero dotado de letras y números con el que supuestamente se puede entablar contacto con los difuntos. Es muy similar al juego de la copa, en el que se coloca una copa boca abajo rodeada por las letras del alfabeto y los participantes colocan el dedo índice en la base de la misma.)
La güija tiene un origen impreciso, situado en la moda espiritista que inundaba Occidente hacia finales del siglo XIX, y que dio lugar a una patente registrada el 28 de mayo de 1890 declarando a Elijah J. Bond como su inventor, William H. A. Maupin y Charles W. Kennard como titulares. No está claro si Bond o los titulares inventaron realmente algo o simplemente patentaron una de las muchas planchettes (‘planchitas’) o «tablas parlantes» para comunicarse con los espíritus que circulaban por Europa y Estados Unidos. En todo caso, Kennard creó la empresa para la fabricación del tablero y comenzó a vender los primeros ejemplares en 1890.
Kennard inventó asimismo el nombre ouija, afirmando que era una palabra egipcia que significaba mala suerte —lo cual no era cierto―. Posteriormente la patente fue vendida a William Fuld, antiguo empleado de Kennard, cuya compañía comercializó el juguete hasta que Parker Brothers adquirió los derechos en 1966. Fue Fuld quien afirmó que la palabra ouija era una mezcla de los vocablos oui y ja, que significan ‘sí’ en francés y alemán respectivamente. Lo que se ha demostrado completamente falso ha sido que su origen se remonte a la época egipcia.
Actualmente, otras empresas comercializan este juguete con diferentes nombres. Según sus partidarios, la güija tiene como objetivo el contacto de las personas que participan en el juego con supuestos espíritus o "almas en pena" y, aunque de forma menos frecuente, con extraterrestres o demonios. En un experimento realizado por Larry Bayou, en el cual los participantes no veían las letras que señalaban, no se formó ni una sola palabra coherente en el tiempo que duró la prueba. Esto demostraría que son los participantes quienes realmente crean las palabras (ya sea de manera voluntaria o inconsciente), y que por lo tanto necesitan ver el tablero.
Esto da pie a la teoría de la acción ideomotriz, es decir, el movimiento del vaso o pieza que sirva de marcador sería movida por pequeñas presiones de los dedos. Desde el punto de vista religioso la crítica apunta no a la falta de efectividad de la güija sino precisamente a su efecto. Según algunas corrientes religiosas, jugar a la güija equivale a dar paso a entidades sobrenaturales malignas del más allá, que pueden causar daño a los jugadores. La postura católica oficial es que más allá de los efectos peligrosos de esta y otras prácticas (espiritismo, adivinación, hechicería), las mismas son contrarias al respeto que se debe tener a Dios porque «encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de poderes ocultos» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2116).
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